Blogia
Realidad y derechos humanos

Fascismo fujimorista

Por qué el fujimorismo es un movimiento radicalmente anti-político

Por qué el fujimorismo es un movimiento radicalmente anti-político

Un análisis de la historia del fujimorismo jamás nos dará como resultado que dicho movimiento ha sido un cauto respetuoso ni del principio liberal de Estado de derecho, ni de los preceptos socialistas del Estado social. El fujimorismo se acomoda siempre, escogiendo a la carta a algunas ideas liberales con apariencia democrática, y a ideas aparentemente sociales como los programas asistencialistas.

Algunos pueden decir que ello corresponde a una política de centro, retomando lo que se estima bueno de la izquierda y de la derecha. Sin embargo, a fuerza de retomar elementos aislados de cada sistema sin afianzar los valores fundamentales respectivos, el fujimorismo se vuelve un hibrido político. Tan sui generis, que lejos de ser un partido político de centro tiene apariencias de grupo apolítico y tal vez anti-político, lo cual, de ser el caso lo haría peligroso para la estabilidad del sistema político republicano.

El fujimorismo es un movimiento poco ideologizado, cuya historia gloriosa e iconos remontan a un tiempo de dictadura. En donde se organizaban elecciones solo para la apariencia, y en donde la caridad de Estado remplazaba a la idea integral de sistema solidario.

Hay que comprender primero que si el fujimorismo es asimilado al liberalismo económico, no se le puede asimilar a derecha tradicional del Perú. Puesto que si esta ultima también prona el liberalismo político que genera individualismo e impulsa al egoísmo social, al menos esa derecha tiene la virtud de permitir el ejercicio parcial de ciertas libertades como son las elecciones libres y el respeto de la voluntad popular, o la limitación del poder de los gobernantes y su sometimiento frente a la Constitución.

Sin embargo el fujimorismo retoma al liberalismo económico, privatizando por doquier, despidiendo violentamente a empleados públicos y creando a un Estado pequeño administrativamente, pero con un gobierno imponente, que no respeta los resultados de las elecciones, reforma las normas a su antojo y cuando esto no basta las reinterpreta a su modo o simplemente las viola sin asco. El fujimorismo entonces no es la derecha republicana y tradicional, es algo distinto.

Un movimiento irrespetuoso de los valores republicanos que fundan el juego político

Observemos primero que un movimiento no puede ser legítimamente político si no posee valores republicanos. En realidad la política se basa en la libertad y el servicio del bien común. Del mismo modo que los valores republicanos consisten en el reconocimiento de la separación de poderes y no en su concentración; en el respeto de las libertades públicas y no en su confiscación arbitraria; en la labor ciudadana con miras a favorecer el bien común y no el bien personal. Los valores republicanos no son pues palabras al viento, en sociedad ellos constituyen la piedra angular de nuestros derechos ciudadanos.

A falta de ideología, basémonos en el accionar fujimorista para demostrar que este movimiento se mueve a las antípodas de los valores republicanos observemos primero que según sus miembros, la razón de Estado justifica la violación de la ley y de la Constitución. Algún paladín del fujimorismo como Carlos Raffo no falto en decir que como no se podía avanzar, entonces violamos la Constitución y así se dio el autogolpe de 1992. Si este ejemplo no bastó recordemos, en segundo lugar, a la corrupción para comprar a las instituciones y concentrar los poderes entre las manos de un solo hombre. Lo más peligroso sin embargo consiste en el hecho de justificar o negar esas gravísimas violaciones a los derechos ciudadanos. Es de este modo que los representantes del fujimorismo defienden la necesidad de las medidas tiránicas, totalitarias y demuestran que siguen manejando el mismo fondo argumentativo anti-republicano y por ende anti-político que usaron durante la dictadura que provocaron entre 1992 y el año 2000.

Una forma fascista de hacer “política”

De más está en añadir que el modus operandi del fujimorismo tiene apariencia de método fascista. La propaganda masiva en publicidades televisivas, el control de los medios de comunicación para vehicular propaganda política, la creación de diarios chicha para influenciar a la opinión del pueblo. Evidentemente que la meta de todo este aparato es el control político, pero lo más grave consiste en el control social que todo ello significa. Insertándose en la vida cotidiana de las personas, en sus lecturas, en sus casas, por la vía de una suerte de pedagogía estatal el fujimorismo tiene la maña de querer mermar el entendimiento de la masa para que piense de forma uniforme, ello constituye a las premisas del totalitarismo que son todo lo contrario de la diversidad y de la libertad.

En cuanto al racismo que es el elemento, por lo general más conocido del fascismo, se cree que no existía durante el fujimorismo. Sin embargo no cabe duda que sí existía una diferenciación clara entre los ciudadanos de los Andes y los ciudadanos de otras zonas como las urbano-costeras. En el caso de las esterilizaciones existía una marginación de la población rural andina por cuanto se engañaba y suprimía el derecho a procrear a mujeres por el hecho de ser pobres y andinas. Es decir que se operó una suerte de “limpieza” social contra los pobres dirigida específicamente contra un grupo étnico. O para decirlo más claro y en términos jurídicos desde el derecho internacional humanitario: ello significa genocidio (repórtese en ese sentido la definición del Estatuto de Roma de 1998).

El inclasificable movimiento fujimorista se resiste entonces desde todo punto de vista al respeto del Estado de derecho y al respeto de las libertades, y por su persistencia a justificar los actos más nefastos contra la democracia y los Derechos Humanos, se ubica al margen del juego político republicano -es decir del juego político respetuoso de derechos ciudadanos- maquillándose la cara de un tinte político, haciéndose pasar por respetuoso del sufragio, de las libertades y de la majestad de la República, con la única meta de llegar a todo precio al poder para cambiar al Estado en un órgano a su servicio. Dicho en otros términos, para los fujimoristas la política sería solo un medio para lograr la obtención del poder con el fin de regresar a la tiranía: las múltiples provocaciones demuestras que poco o nada a evolucionado y que no se aprendió de los gravísimos errores del pasado.

Un grupo que justifica su pasado de violador de los derechos fundamentales

Es muy importante tener presente que el fujimorismo como movimiento tiránico, no está enterrado en el pasado. Dicho síntoma aun subsiste en el presente fujimorista, lo cual constituye un peligro para las libertades de la sociedad. El famoso "nosotros matamos menos" revelador de la importancia que ellos le otorgan al valor del Ser humano, independientemente de si son 1 o 1000 los asesinados.

Las provocaciones e ironia desacomplejada de Martha Chávez en relación a los Derechos Humanos es una muestra de la radicalización del discurso liberticida del fujimorismo. Pero lejos de ser un hecho aislado, la violencia de esta parlamentaria contra la institución del Congreso durante la toma de mando del Presidente Humala en 2011, no fue solo una simple malcriadez, en realidad esa es la cristalización de un sentimiento de desprecio hacia los valores republicanos que son el fruto de nuestra historia y que están encarnados todos en la simbólica y majestad del Congreso. Su acto es en realidad muy grave por cuanto revela que el fujimorismo sigue siendo un peligro para las instituciones del Estado y por consiguiente para los derechos fundamentales de todos los peruanos.

Paradójicamente, nuestro sistema político, sumamente permisivo e irresponsable, admite que esta persona sea miembro de una comisión parlamentaria de Derechos Humanos. Se evoca la legalidad del acto que la nombra, se dice que este fue democrático, pero no se tiene en cuenta que este movimiento esta instrumentalizando a la política y a sus instituciones como tribuna para desacreditar a los Derechos Humanos, cuando la meta de dicha comisión y del legislativo en general consiste en defender a dichos derechos.